Intensa noche de una sumisa con un vibrador y un tapón anal
Se estaba haciendo de noche cuando ella se bajó del tren. era la única persona en el andén. Pasó por los tornos y salió al parking de la estación. A parte de un taxista no parecía haber nadie más allí fuera tampoco. Miró su reloj. su master había dicho que cogiera ese tren, le había dicho que llegaría a esa hora, pero él no estaba allí para recogerla. Estaba a punto de entrar en pánico cuando el taxista salió de su vehículo y gritó su nombre. miró hacia él y comenzó a avanzar hacia el taxi, sintiendo mucho alivio tras aquel instante de preocupación.
Los dos iban en silencio. El conductor sabía la dirección donde debía llevarla. Ella nunca había estado en casa de sus amos. Hasta ahora siempre se había visto con su maestro y su esposa en fiestas y hoteles. Ella, siempre la esclava, había estado desnuda, atada y golpeada. Los moretones le habían durado hasta dos semanas, y todos esos días ella siempre los observaba y admiraba frente al espejo. Cuando finalmente desaparecían, sentía que perdía algo.
Estaba muy ilusionada con la idea de que la dómina y el dominante le hubieran dado instrucciones para ir a su casa. Debía llevar ropa normal y una mochila con lo que necesitase para quedarse a dormir. El taxista paró frente al número 12 de una calle de casas unifamiliares, y dijo que no tenía que abonar nada, que el taxi ya estaba pagado.
Estaba nerviosa, y antes de poder llamar a la puerta, ésta se abrió. Allí estaba su amo, que la invitó a pasar y le preguntó por su viaje mientras la guiaba hacia un dormitorio de invitados en el piso de arriba.
“Este será tu dormitorio durante este fin de semana”, dijo. “Hay una ducha. Úsala y hazte una coleta cuando se te seque el pelo. En una hora vuelvo y te traigo tu vestimenta”. Dicho eso, se giró y salió de la habitación.
Ella notó en su estómago algo de nervios. ¿Qué vestimenta? Tras observar el dormitorio durante unos segundos, se metió en el baño para ducharse. Sobre el lavabo había un secador de pelo. Cuando terminó de hacer lo que le habían indicado se sentó en la cama a esperar.
Unos 10 minutos después llamaron a la puerta, y sin esperar respuesta, su amo y su dómina entraron. Él llevaba puesta una camisa de seda y unos pantalones negros. Ella llevaba un vestido precioso, con escote generoso pero elegante.
El dominante colgó un traje sobre la cama y la dominante dijo que aquella noche tenían visita: “Son algunos amigos de la familia y compañeros de trabajo. Ellos no practican BDSM en absoluto y no saben que nosotros sí. Nos gustaría que siguiera siendo así. Tú serás la camarera esta noche. Servirás las bebidas, abrirás la puerta y cogerás los abrigos de los invitados”.
La esclava miró hacia arriba. No era para nada el tipo de plan que esperaba.
Su dómina continuó: “Si lo haces bien te recompensamos con un buen fin de semana de juegos y atención especial”. La sumisa sonrió para sus adentros, adoraba aquella atención especial.
“De todas formas, si la lías o nos avergüenzas o te enviaremos a casa mañana”. La dominada asintió.
Su amo habló: “es hora de vestirse, los primeros invitados están a punto de llegar”. Entonces ella se fijó en la ropa que le habían asignado: una falda negra, una blusa y unos zapatos con poco tacón, lo típico de una camarera.
“Y para hacerlo algo más interesante, vas a llevar esto puesto”, dijo su ama mientras sostenía un tapón para el ano y un vibrador con forma de huevo.
Los ojos de la sumisa se abrieron sorprendidos. “permiso para hablar”, dijo.
“Concedido”, fue la respuesta.
“Pensaba que esta era una fiesta vainilla”.
“Sí lo es”, dijo su ama con una pequeña sonrisa. “Así que no cometas fallos y no le cuentes a nadie lo que está pasando”.
La dómina le dio a la sumisa el tapón anal. Ésta, miró alrededor y no vio lubricante, entonces el amo le indicó: “Tienes tu propio lubricante, úsalo”.
Ella sabía lo que le quería decir, así que se abrió de piernas se colocó en tapón en la vagina y se concentró para ponerse cachonda y húmeda, lo que no le costó mucho a pesar de tanta sorpresa. Cambió el tapón de su coño a su recto y fue apretando hasta que se quedó bien colocado. Entonces se levantó para coger el dildo y meterlo en su vagina.
Su ama le decidió unas palabras antes de salir por la puerta: “¿Estás cómoda? Espero que no”.
La sumisa estaba llena, sentía como si necesitase ir al baño. La presión era incómoda pero no dolorosa. De todos modos, el tapón no podía salirse, era demasiado grande para ella.
“Ahora vístete,”, dijo su maestro. Y cuando ella fue a coger su ropa, sintió cómo el huevo comenzaba a vibrar dentro de ella de forma silenciosa. dio un pequeño salto y vio cómo su máster le dedicaba una sonrisa mientras apagaba el huevo con el mando que tenía en la mano. “Es sólo para hacer la noche interesante”, dijo. “Debes estar abajo en 5 minutos. Y recuerda, nada de orgasmos”.
Antes de comenzar a vestirse suspiró hondo. Sabía que no iba a ser una noche nada fácil.
Acababa de bajar las escaleras cuando llamaron al timbre. Se acercó a la puerta mientras se recolocaba la falda. dejó entrar a un hombre y una mujer, ambos altos y vestidos de forma muy elegante, él con un traje de seda y ella con un vestido de noche. Ellos ni siquiera se dieron cuenta de su presencia, y se centraron en sonreír al máster, que se acercaba a saludarles.
en ese momento el huevo vibrador comenzó a moverse y ella dejó escapar un pequeño suspiro. Los tres se giraron a mirarla. Se preguntó si podrían escuchar aquel pequeño motor. El dominante le echó una mirada como diciéndole “compórtate”, y dijo riendo “Es una chica de la agencia, está algo nerviosa. Vamos a por algo de beber”.
La esclava se sintió a la vez un poco humillada y excitada. el huevo seguía vibrando y podía sentir cómo aquel movimiento hacía que se estuviese humedeciendo su coño. comenzó a cerrar las piernas, pero las vibraciones pararon y dejó de intentar contener la respiración.
Su ama la llamó para que sirviera las bebidas. Todos habían salido al patio y les fue preguntando a todos qué deseaban para beber. Tenía experiencia como camarera, al haber trabajado en un bar mientras estudiaba.
La siguiente hora pasó rápido. La gente llegaba y les abría la puerta, cogía los abrigos, preparaba bebidas y ofrecía comida. Todos los invitados estaban bien vestidos y se notaba que se conocían, aunque fuese ligeramente.
La sumisa sentía que lo estaba haciendo bien, excepto por el huevo, que era activado en los momentos más inoportunos. Una vez mientras llevaba una bandeja llena de bebidas, haciendo que derramara un poco, otra mientras le estaba preguntando a un hombre si quería que le rellenase el vaso, y empezó a funcionar a máxima velocidad, haciendo que le preguntaran si se encontraba bien, al verla tan colorada y tensa.
El tapón anal tampoco ayudaba demasiado. Con él debía caminar y moverse, haciéndola sentir dolor y placer, especialmente cuando el vibrador estaba en acción. Ahora llevaba apagado unos 10 minutos, y ella comenzaba a calmarse, cuando de repente comenzó a vibrar despacio, permitiéndole seguir actuando como si nada. Vio que su máster tenía las manos ocupadas entre su vaso y un cigarrillo, y pensó que ella tendría el mando, pero entonces la vio con ambas manos vacías.
La sumisa, confusa, siguió caminando. La vibración paró, comenzó de nuevo algo más fuerte y empezó a sentir un hormigueo en su clítoris de nuevo. Al salir de nuevo al exterior, ambos amos estaban mirándola sonriendo y mostrándole sus manos vacías. Cuando la esclava intentaba entender lo que ambos hacían, el huevo paró de moverse. Era otra persona quien tenía el mando. ¡Alguien más sabía lo que estaba ocurriendo!
Se puso colorada como un tomate, no sabía qué hacer. La siguiente hora fue horrible. El hueco comenzaba y paraba aleatoriamente, a distintas velocidades, y mientras ella seguía intentando trabajar y a la vez descifrar quién lo estaba accionando.
Además de la estimulación del dildo, el sentimiento de humillación y sumisión estaban muy presentes en ella, y podía sentir cómo se iba poniendo más húmeda y cómo el orgasmo iba estando cada vez más cerca.
En cierto momento, estaba sola en la cocina cuando el huevo comenzó a funcionar a máxima potencia y casi dio un grito, cruzando sus piernas en un esfuerzo por parar el orgasmo. Y poco después la vibración paró de nuevo, lo que le pareció muy frustrante.
Todo el tiempo pensaba que sus amos estaban cerca, observándola, asegurándose de que obedecía sus órdenes. De vez en cuando miraba alrededor, tratando de descubrir quién la estaba atormentando y quién era quién lo sabía. Pensó que fuera quien fuera también debía saber lo del tapón de silicona en su culo. La sumisa se sentía tan pequeña por ese pensamiento que se volvió más y más sumisa, sin ser ya capaz de mirar a nadie a los ojos.
La noche se iba terminando, los invitados iban despidiéndose y el huevo se encendió a tope. la sumisa se quedó de pie en un rincón, esforzándose por seguir inmóvil, pero la sensación dentro de ella iba creciendo. Sentía las vibraciones muy dentro de ella, estimulando su clítoris y todas las terminaciones nerviosas de su ano. Sentía aquellas olas cada vez más y más fuerte. No cesaban. Su cara se iba poniendo roja, la excitación era imposible de parar. Podía sentir sus fluidos escapando de su coño, sabía que sus bragas estaban empapadas y pensó que cualquiera podía darse cuenta del olor. Y las vibraciones continuaban.
Llegó un momento en el que ya no era consciente de lo que pasaba a su alrededor, sólo podía pensar en aquellas sensaciones dentro de ella, cada vez más intensas. Entonces una voz, la voz de su ama, le susurró al oído una palabra: “Córrete”.
Ella se dejó llevar y se corrió. Sin pensar ya en nadie de los presentes se corrió, sus piernas flaquearon, todo su cuerpo se sacudió, su ano palpitaba, el huevo hacía que no parase de correrse, y su clítoris por fin disfrutaba de aquel intenso e interminable clímax.
Cuando por fin terminó el orgasmo, se dio cuenta de lo que había hecho. Se había corrido delante de los amigos de sus amos. sus ojos se abrieron y se dio cuenta de que estaba sentada en una silla. Trató de levantarse, pero sus piernas le fallaron.
“No seáis muy duros con ella”, oyó que decía la voz de una mujer. “Al final sí le habéis dado permiso”. Su ama se rió.
“Ya veremos”, oyó decir a su amo. Entonces ella se cubrió la cara con sus manos. Tenía ganas de llorar, les había decepcionado y lo sabía.
Una mano cogió su muñeca y se la bajó para quitarle la mano de la cara. Su ama le estaba sonriendo.
“Lo siento ama”, dijo.
“No lo sientas sumisa, lo has hecho muchísimo mejor de lo que pensábamos”.
Cuando su amo entró en la habitación, la sumisa preguntó quién tenía el mando. Y él se rió. “Todos. Todos lo sabían y todos tuvieron su turno. De hecho, habíamos hecho apuestas sobre cuánto ibas a durar. ¿Y adivina quién ha ganado?”