Dos lesbianas disfrutan de un momento muy íntimo y erótico en el cine

Mi mejor amiga Raquel y yo decidimos como plan de última hora ir al cine aquella noche. Compramos las entradas tan solo cinco minutos antes de que comenzara la película. Sorprendentemente éramos las dos únicas personas en aquella sala de cine que tenía capacidad para unas ochenta personas. Era el último pase del día, y la película era una comedia romántica que trataba sobre una adolescente que estaba muy pillada por un chico de su instituto.

 

Mi amiga y yo teníamos 18 años, y ya comenzábamos a disfrutar de la libertad de salir por la noche e ir en coche a donde quisiéramos, sin tener que depender de nuestros padres ni de un taxi.

 

Nos sentamos atrás del todo. Yo me quité las sandalias y puse mis pies sobre los asientos de delante. Raquel llevaba puesta una minifalda negra y una camiseta sin mangas con piedras brillantes en la zona del cuello. Yo llevaba una falda negra larga, que me quedaba bastante ajustada alrededor de mi voluminoso trasero. llevaba además una camiseta de tirantes blanca a través de la cual se podía ver fácilmente mi sujetador negro. Raquel acababa de romper con su novio, y había querido salir para despejarse y no pensar en él.

 

La película comenzó, y la verdad es que a mi no me interesaba demasiado, pero a Raquel sí parecía gustarle. Después de unos veinte minutos, me dijo que iba un momento al baño, así que aparté mis piernas para que pudiera pasar por el escaso hueco entre las filas de butacas. Mientras pasaba por mi lado, se giró hacia la pantalla para poder pasar. Su increíble culo estaba a tan sólo unos centímetros de mi cara. desde que conocía a Raquel, siempre la había adorado, había fantaseado con ella y casi la amaba. Su cuerpo era espectacular. Habíamos ido de compras juntas unas cuantas veces y había tenido el placer de estar dentro del probador con ella mientras se probaba diferentes pantalones o camisetas. En esas ocasiones siempre trataba de cruzar los brazos para que no se notase cuánto se erizaban mis pezones. Y justo después buscaba siempre una excusa para ir al baño y aliviar las sensaciones de mi coño.

 

Mientras soñaba despierta con Raquel, ella volvió del baño, y al pasar de nuevo delante de mí por el estrecho hueco entre butacas, podía ver durante un instante, sus bragas blancas con cada paso que daba. Crucé mis piernas y las apreté una contra otra, para hacer algo de presión contra mi clítoris.

 

“¿Me he perdido algo?”, dijo ella mientras se sentaba de nuevo, poniendo sus piernas sobre el asiento delantero y separándolas ligeramente.

 

“Bueno, que el chico se ha quitado la camiseta, y poco más”, dije, y sonreí mientras me mordía el labio.

 

Pero yo no estaba interesada en chicos, siempre he sabido que soy lesbiana. Y hasta donde yo sé Raquel no tenía ni idea de mi orientación sexual.

 

“Gracias por salir conmigo hoy, necesitaba despejar mi cabeza, ¿sabes?”. Asentí y le cogí la mano, apretándola ligeramente y volviendo a mirar la película que no me interesaba en absoluto.

 

Acaricié suavemente su mano con mi pulgar. Ella comenzó a toser y soltó mi mano para cubrirse la boca. había reposabrazos en cada butaca. Raquel alzó el que estaba a su derecha y se acercó un poco hacia mí. No me lo pensé dos veces y me acurruqué junto a ella, dejando que apoyara su cabeza en mi hombro. Continuamos viendo la película, y después de un rato, ella descendió un poco y apoyó su cabeza sobre mis piernas. Mis bragas estaban algo húmedas, y yo temí que pudiera notar el olor desde allí. le acaricié la cabeza mientras admiraba su larga melena. Ella giró su cabeza hacia mí, me miró y me dijo: “Te quiero”.

 

La miré algo confusa. “Yo a ti también”, dije, y le sonreí. Ella se sentó, se estiró y bostezó.

 

Mi coño estaba bastante húmedo ya, empapando mis bragas. Le dije a Raquel que iba un momento al baño y salí de la sala. Al entrar en el baño, me levanté la falda, me bajé las bragas, las observé y ví que la zona mojada era de un tamaño considerable. Bajé la tapa del váter y saqué mis tetas del sujetador, sin molestarme ni en desabrocharlo. Mi vulva estaba hinchada y húmeda. Aparté los labios y vi cómo toda la zona estaba muy excitada. Me eché hacia atrás y cerré los ojos. Me apreté el coño, haciendo presión sobre el clítoris mientras me cogía una teta y la acercaba a mi boca para chuparme el pezón, que estaba durísimo.

 

Oí que se abría la puerta del baño, seguida por unos pasos que se acercaban a la puerta del cubículo donde yo estaba.

 

Entonces oí la voz suave de Raquel, que parecía no dudar en lo que iba a decir. Sonaba como nerviosa.

 

“Sé lo que estás haciendo ahí. ¿Puedo entrar yo también?”.

 

Quité el cerrojo y abrí lentamente la puerta, observándola de arriba a abajo. Podía ver que sus pezones se notaban a través de su camiseta.

 

“¿Cómo sabes lo que estaba haciendo?”, pregunté.

 

“¿Estás de coña? Tus pezones parecía que iban a atravesar tu camiseta, y he sentido tu olor cuando estaba apoyada sobre tus piernas. Sabía que estabas cachonda y húmeda. Y entonces has dicho que ibas al baño, sabía exactamente a qué venías”.

 

Se giró para cerrar la puerta y volver a poner el cerrojo. Se subió la falda hasta la cintura igual que yo había hecho antes, y se bajó las bragas hasta los tobillos, sin molestarse en quitárselas del todo. A pesar de ser blancas, se podía intuir también una mancha húmeda sobre sus bragas, que estaban en el suelo, junto a sus maravillosos pies. Raquel estaba de pie con su espalda apoyada en la pared del cubículo, mirando hacia mi.

 

Yo estaba sentada en el baño con las piernas abiertas y las tetas fuera. Me bajé al suelo de rodillas, desde donde pude ver y oler su coño húmedo, su precioso coño empapado y rosa.

 

Comencé a separar sus largas piernas. Pasé mi dedo por su vulva y su clítoris, desde la parte delantera hasta llegar a la entrada de su vagina. Ella gimió y puso sus manos contra las dos paredes del cubículo, sujetándose. Separé sus labios de nuevo, para poner mi nariz y poder oler su coñito. Inhalé profundamente y saboreé el insinuante olor del coño de mi mejor amiga. Saqué mi lengua y la pasé por toda la longitud de sus labios, de arriba a bajo, succioné su clítoris y usé dos dedos para penetrarla. Era increíble que ella estuviera tan húmeda, no me lo podía creer. Y no pude evitar tocarme yo la vulva para estimularla con la mano que tenía libre.

 

Raquel se deslizó hacia abajo por la pared, abriendo aún más las piernas, y dándome así mejor acceso para comerle el coño. Continué succionando su clítoris y metiéndole el dedo en la vagina hasta que pude sentir que estaba a punto de llegar al orgasmo, así que bajé el ritmo y dejé que se calmara un poco. Hice esto unas cuantas veces y ella no podía aguantar más.

 

“¿Has visto a alguien correrse a chorro alguna vez?”, me preguntó. Dije que no pero que siempre había sido una de mis fantasías.

 

Volví a acelerar para ponerla al límite del orgasmo por última vez, pero esta vez, en lugar de bajar el ritmo, añadí un tercer dedo y la follé fuerte y rápido con ellos. Ella ya se había sacado una teta y se estaba chupando el pezón, Yo succioné su clítoris y tiraba de él hacia abajo, mientras mi lengua no paraba de darle lametazos. entonces ella se apartó de mí, y se corrió, salpicando mi cara con los jugos de su coño. La corrida que cayó en mi cara comenzó a descender por mi nariz y mis mejillas, hasta llegar a mi boca o caerme sobre el pecho.

De repente ella empezó a gemir más, llevó las manos a su coño y comenzó a frotarlo deprisa, excitándose hasta llegar a otro orgasmo. Yo hice lo mismo, y tardé pocos segundos en llegar al clímax. Separé las piernas y me incliné hacia delante, para ver, por primera vez en mi vida, cómo mi coño se corría y dejaba escapar aquellos jugos producto del placer.

 

Fue la sensación más maravillosa del mundo. las dos nos corrimos al mismo tiempo. El cubículo estaba hecho un desastre, era como si alguien hubiese vaciado una botella de agua sobre el suelo. Pero estaba claro que no era agua.

 

Ambas nos quedamos un momento con los ojos cerrados y el corazón aún palpitando rápido, tratando de recuperar el aliento y la compostura.

 

Me senté y me puse de nuevo las bragas, me bajé la falda y la coloqué en su sitio y me reajusté el sujetador. Raquel hizo lo mismo. Ambas miramos al suelo y nos reímos.

 

“¿Deberíamos limpiar este desorden?”, preguntó Raquel

 

“No. Vayámonos mejor a mi casa”, dije guiñándole un ojo. Raquel se mordió el labio y mientras salíamos juntas del baño, me cogió de la mano, dirigiéndome hacia la salida del cine..

 

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