Masaje romántico en pareja y cada uno acaba corriéndose con su masajista

Masaje romántico en pareja y cada uno acaba corriéndose con su masajista

Mi esposa y yo llevábamos casados 6 años, y yo había cogido algo de peso en ese tiempo. Me doy cuenta ahora de que quizás me acomodé demasiado con ella. Tras un par de años teniendo sexo sin protección, yo me estaba volviendo cada vez más sensible y la verdad es que llegaba al orgasmo muy fácilmente. Ella se reía de cómo de rápido yo llegaba al orgasmo, y sus comentarios a veces me ponían bastante cachondo.

Mi mujer era instructora de zumba y estaba muy en forma, y yo en cambio, era contable y me pasaba el día entre papeles sentado en la oficina. Por romper un poco la rutina, hace unos meses nos fuimos de vacaciones en Brasil, y mientras estábamos allí decidimos darnos un masaje de parejas.

“¿Puedo tenerlo con final feliz?” Le pregunté a mi mujer.

“Cariño, creo que tú tienes bastantes finales felices conmigo gordito”, dijo sonriendo y tratando de hacerme cosquillas en la barriga.

A veces me llamaba gordito o mi gordo, divirtiéndose con el hecho de que yo tuviese algo de tripa y ella en cambio vientre plano y abdominales marcados.

“Bueno, no te sorprendas si ocurre”, le dije de coña. Y seguí con la broma un rato, pero a ella no le hacía demasiada gracia.

Cuando llegamos a la sala de masajes ambos nos desvestimos y nos pusimos toallas. Yo ya estaba empalmado viendo sus atractivos abdominales, culo firme y piernas largas y bien definidas. Ella era tan sexy.. y yo estaba deseando volver a la habitación del hotel después del masaje para follar. Mi pene estaba empezando a ponerse muy duro allí mismo.

Me di cuenta de que aún tenía el recibo del masaje en la mano y lo tiré en un cubo de basura vacío que había junto a la puerta. No sé por que me paré a pensar en lo sólo que parecía el papel ahí dentro.

Nos tumbamos, y unos instantes después oí cómo se abría la puerta. Miré hacia arriba esperando ver a una tía buena venir a darme el masaje. Pero en su lugar, había un hombre musculoso, con el pelo largo que venía sólo. Me miró y dijo:

“Tu masajista llegará unos minutos más tarde. Puedes quedarte ahí relajado y yo comenzaré con ella”, dijo mirando ahora a mi mujer.

Seguí tumbado bocabajo en la camilla de masaje y lo último que vi fue que él estaba cogiendo el aceite.

Un minuto más tarde oí a mi mujer gemir, alcé la cabeza y le vi con las manos en el culo de ella, con los dedos apretándole el trasero firmemente. Estaba poniendo todo su peso sobre ella. El gemido sonó ligeramente… sexual.

Entonces dije: “Amor, ¿estás bien?”

“Sí, cariño, estoy bien. Sólo que tengo agujetas del entrenamiento. Esto es justo lo que necesito. Así que puedes relajarte, ¿vale? Tu masajista llegará enseguida”.

En ese momento se abrió la puerta y llegó una mujer delgada, algo más mayor que yo. Tendría alrededor de 40 años. Atractiva, pero no tanto comparada con mi mujer. Desde luego, no era lo que yo estaba esperando.

Tras llevar unos minutos recibiendo el masaje, ella me quitó la toalla de encima y se sentó en mi espalda. Todo su peso estaba en la parte baja de mi espalda y empezó a masajearme el cuello y los hombros. Ahora sí que estaba totalmente inmovilizado, así que intenté relajarme y disfrutar.

Entonces volví a escuchar gemir a mi mujer.

“Mmmmm, eso me gusta señor. Está muy bien”, le oí decir.

Yo estaba un poco incómodo e intenté sacar mi cabeza del hueco de la camilla, pero la masajista me presionó hacia abajo la espalda.

“¡No señor! Debe relajarse. ¡Déjeme que le ayude a relajarse!” dijo mi masajista.

“Cariño, ¿estás bien?”, dije sin poder vocalizar mucho con la cabeza en ese agujero. Sólo podía ver una franja de suelo y empezaba a agobiarme.

“Sí gordito, estoy bien. Me está ayudando mucho a relajar los músculos. Estoy bien.”, dijo. Casi podía escuchar el calor en su voz. Sonaba como… un poco excitada.

Me dije a mi mismo que debía relajarme y dejarlo estar. Pero continué oyéndole gemir y hablar. “Oh, eso está bien. Es perfecto. Me estás tocando bien. Muy bien, gracias”.

Me estaba poniendo nervioso e intentaba levantar la cabeza. Conseguí alzarla unos pocos centímetros antes de que la masajista me cogiera la cabeza por detrás y la empujara de nuevo hacia abajo.

“¡Oh, no señor! Debe mantener la cabeza abajo. Estoy llegando a la parte más profunda del masaje”.

“Amor, ¿estás bien?”

“Sí, gordi. Déjala que te dé el masaje, ¿de acuerdo? Yo tengo los muslos muy tensos y cargados. Y él lo hace muy bien”. Y continuó gimiendo.

“Señor, para que pueda relajarse más, debo sentarme en la zona de más arriba”, dijo mi masajista.

“Um, está bien”, dije. Ella se recolocó más arriba de mi espalda y enroscó sus pies dentro de mis muslos. Una mano empujaba mi cabeza hacia abajo y sentí que la otra levantaba ligeramente mi pene. Su pie se deslizó por debajo de él y volvió a bajar mi polla dura y la puso sobre su pie.

“¿Está bien así?”, susurró en mi oído.

Oí a mi esposa gemir y suspirar y pensé.. ¡qué coño!. “Sí, eso está bien”.

Ahora ella, al masajearme los hombros, con cada movimiento de manos, sus pies se movían hacia arriba y abajo frotándose con mi pene. Era una sensación increíblemente placentera. No podía moverme y ella era la que controlaba todo.

Intenté ocultar mi creciente excitación, pero ella seguía apretando sus pies contra mi pene. Para mi, era una forma completamente nueva de sentir que me hacían una paja. Oí de nuevo a mi mujer.

“Cariño, me va a hacer un poco de masaje shiatsu, ¿vale? Es un poco ruidoso, pero darme pequeños azotes en la piel ayudará a que mis músculos se recuperen”.

Yo estaba procurando lidiar con mi propia excitación. No podía creer que la masajista fuera tan habilidosa para estar encima de mi y tener mi polla entre sus pies. Mientras, continué oyendo a mi mujer y los azotes de no sé qué tipo de masaje me había dicho. Ella gemía y hacía ruidos. Incluso me pareció oírle a él haciendo sonidos como de esfuerzo.

Finalmente, los ruidos pararon y hubo un silencio.

Le oí a ella decir en una voz muy baja: ”Vale, amor, te veo cuando salgas. Tómate tu tiempo y relájate. Aún te quedan unos minutos”. Y se oyó la puerta abrirse y cerrarse. La habitación estaba en silencio. Estaba tumbado sobre mi estómago, y la masajista estaba trabajando la parte trasera de mis muslos. Estábamos solos los dos. Sentí que ella se ponía de rodillas y se daba la vuelta. Ahora miraba hacia mis pies.

Sus manos se metieron entre mis muslos y levantaron mi pene suavemente y después siguieron recorriendo mi culo. “Vale, ¿qué tal esto?”, me preguntó.

“Mmmmm, bien”, gemí ligeramente. “Está bien”, dije un poco más fuerte. En la siguiente pasada, rozó la punta de mi polla a la vez que me cogía y apretaba el culo. Yo estaba muy cachondo, pero mi mujer podía entrar en la habitación en cualquier momento. Y si lo hacía, yo apretaría las piernas una junto a la otra para intentar ocultar mi erección.

“Oh, qué bien, me encanta”, dije. No sabía cuántos minutos habían pasado desde que mi esposa había salido. Esto no estaba bien, pero yo tenía ganas de que continuase unos segundo más. Estaba celoso de cuánto había disfrutado ella su masaje, y yo quería correrme.

“¿Está así bien?” dijo en voz alta. Sonaba muy sexy. Ahora estaba masajeando mi polla con las dos manos, y yo arqueaba las caderas para que tuviera más espacio.

“Sí guapa, necesito esto”. Dios, ahora sería difícil disimular si la puerta se abría. Pero pensar que me pudieran pillar me ponía incluso más cachondo. Era increíble lo cerca que me iba acercando al orgasmo. Sólo habían pasado unos minutos, pero esta masajista parecía saber exactamente cómo trabajarme para que me corriera.

”¿Estás seguro de que esto está bien?, preguntó de nuevo.

“Sí, por favor, sigue. Me encanta”, dije con la respiración entrecortada.

Mi masajista se rió y no me contestó. Continuó haciéndome una paja a la velocidad perfecta, y me di cuenta que en segundos me iba a correr. Cuando llegó el momento, estiré mis piernas y me corrí. Mi semen se esparció por la camilla de masaje. Si la puerta se hubiera abierto en ese momento y mi mujer hubiera entrado, estaría bien jodido. Mi estómago sentía los nervios a la vez que corría gracias a la masajista. Los nervios de poder ser pillado in fraganti lo hizo todo aún más intenso.

“Sí, sí. Muy relajado ahora. Me voy para que puedas vestirte. Gracias. ¡Adiós!”, dijo ella. Se rió y se fue. Ni siquiera conozco a esta mujer, y acaba de hacer que tenga un orgasmo en una sala de masajes mientras mi mujer me espera fuera. De hecho, ni siquiera recuerdo qué aspecto tiene.

Suspiré un par de veces para recuperar el aliento. Todo estaba en silencio. Eché las toallas al cesto y me vestí. Estaba preparado para actuar como si nada hubiera pasado.

De repente oí la voz de mi mujer y di un brinco del susto. “No le ha llevado demasiado tiempo, ¿verdad?”. Dijo. Y sorprendentemente no sonaba como si estuviera enfadada. Al contrario, parecía estar empoderada. Yo me caí al suelo mientras intentaba ponerme los pantalones. Estaba desnudo, con todo el muslo manchado de semen. “Yo no he… ella sólo ha…” balbuceé, mirando a mi mujer. Estaba jodido. Estaba seguro de que ella me iba a dejar.

“No te preocupes cariño”, dijo mirándome con una sonrisa”.

“¿Has estado aquí todo el tiempo?” pregunté. Estaba muy confuso.

“Sí, he estado aquí todo el tiempo. La masajista me iba preguntando a mi si estaba bien. SI me parecía bien que hiciera que te corrieras. Cariño, no estaba preguntándote a ti.”

Mi cabeza estaba dándole vueltas. ¿Mi mujer había estado mirando mientras una masajista me masturbaba? ¿La había animado a ello? ¿Por qué había dejado que pasase?

“Bueno, así no me siento mal de que mi masajista me hiciese correrme durante el masaje de hoy”, se rió. “Ha sido increíble”. Dijo mirándome y sonriendo.

Yo estaba incrédulo. No podía procesar lo que estaba ocurriendo. ¿Mi mujer había tenido un orgasmo durante un masaje mientras yo estaba en la camilla de al lado? Sabía que la había oído gemir, pero no pensaba que de hecho se había corrido.

“¿Ha hecho que te corrieras? ¿Ha hecho que tuvieras un orgasmo?”. Dije. Estaba incrédulo. Y después me la había devuelto indicándole a la masajista que me hiciera llegar al clímax yo también.

“Habías hablado de un masaje con final feliz. Tienes lo que habías pedido gordi. Ahora levanta y vístete”.

“Pero, ¿tú también te has corrido?¿Has tenido un orgasmo?” pregunté.

“No uno amor, dos. Y se ha corrido dentro de mi”.

“¿¿¿Qué???” Grité. Y mi corazón se aceleró.

“Estoy bromeando. No le hubiera dejado hacer eso. Vamos, relájate, vamos a cenar”.

Sentí alivio y estrés al mismo tiempo. ¿Por qué bromearía con eso?

“Estamos en paz cariño. Ha sido sólo un masaje. Y lo has disfrutado. He visto cómo te corrías, me ha puesto cachonda”, dijo ella y comenzó a dirigirse hacia la puerta.

“Ok, vale. Siento haber bromeado con el final feliz”. Dije mientras comencé a andar yo también. Y al salir, miré a la papelera. Mi recibo aún estaba allí. Pero también había un envoltorio vacío de un condón.

 

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