Encuentro masoquista siendo dominado con un látigo, con mamada y corriéndonos juntos
Quedé con ella en el bar Memphis, conocido por ser punto de encuentro de personas afines al BDSM. Era mi primera vez en este tipo de prácticas, pero tenía claro que me iba el rollo sado y estaba impaciente por probarlo.
Ella llevaba una blusa semitransparente negra y una falda ajustada. Yo llevaba un traje negro con camisa azul.
Al principio hablamos un rato para romper el hielo, y en seguida nos encontramos cómodos juntos. Los dos estábamos aburridos, casados en matrimonios abiertos, en los que nuestras parejas no estaban interesados en prácticas BDSM, y con ganas de probar nuevas experiencias para animar nuestra vida sexual.
Tomar un par de copas de vino fue ayudando a que nos relajáramos. Decidimos sentarnos en uno de los sofás del local y después vinieron algunas copas más. Poco a poco fuimos quitándonos las chaquetas, desabrochando botones él de la camisa y yo de mi blusa, y tocándonos más al hablar. Esos tocamientos fueron transformándose en más largos e íntimos.
La conversación fue volviéndose más erótica y explícita. Hablábamos de orgasmos,sexo lascivo, porno y prácticas sexuales variadas.
Mi pene llevaba un rato erecto, prieto bajo mi ropa interior y mis pantalones. El coño de ella había estado mojando con fluido viscoso de su vagina las bragas rojas que llevaba puestas.
Intercambiamos fantasías hasta que ya no pudimos contenernos. Subimos a la habitación que habíamos reservado. Ambos estábamos muy excitados y con ganas de sexo.
Nada más entrar en la habitación, empezaron los bebos, las manos recorriendo cada centímetro del cuerpo del otro. Sólo nos separamos unos segundos para quitarnos la ropa y quedarnos en ropa interior.
Ella llevaba bragas y sujetador de encaje, con medias y un cinturón con ligas a juego, como había comentado yo que me gustaban.
Entonces ella tomó el rol dominante. Me empujó sobre la cama y me ató las manos al cabecero con un cinta de seda que llevaba enganchada al cinturón.
”¿Te gusta que te aten? Aquí yo soy quien domina. ¿Estás preparado para darme placer y más placer?”
Tanto en nuestras conversaciones previas a quedar para conocernos, como abajo en el bar, ya habíamos hablado de nuestras preferencias, así que teníamos muy claro los roles de cada uno.
Mis ojos se iluminaron con las expectativas de una noche de placer sadomasoquista. Y, metiéndome en mi rol, no dije nada.
Ella sacó de su bolso un pequeño látigo de tiras de cuero.
“Antes de empezar, necesito que me digas la palabra de seguridad. Así sabré dónde está tu límite y cuando parar.“
“Fuego”, dije yo sin pensarlo demasiado.
“De acuerdo. Ahora sí, vamos a disfrutar.”
Yo estaba tumbado boca arriba, con el pene estaba apuntando hacia el techo. Ella fue recorriendo todo mi cuerpo con las tiras de su látigo, pasando por mi polla y testículos, y al llegar a los muslos, empezó a agitarlo, suavemente al principio o con más fuerza poco a poco. Hasta oir un sonido seco del látigo, con el que yo me retorcí. Ella siguió azotándome con el látigo y comenzaron a salirme manchas rojas en las piernas. Su sonrisa, sus latigazos y su cuerpo de modelo eran una combinación perfecta para una noche de lujuria, pasión y masoquismo. Yo gemía de excitación, placer y dolor al mismo tiempo.
Sentía mis testículos llenos, muy prietos, y mi pene estaba tan tieso que ella empezó a prestarle más atención y a dar unos latigazos suaves sobre mis bolas. Alternaba pequeñas descargas de dolor con caricias, o se agachaba para darme suaves lametazos en la polla.
“Sabes que quieres esto. Es lo que te gusta. Ser dominado, ser azotado y golpeado por un látigo. Yo soy tu ama.”
Latigazo tras latigazo, mi piel iba poniéndose cada vez más roja, dejando sólo mi polla sin marcas. Yo sentía el dolor y el miedo recorrerme por dentro, a la vez que el éxtasis de ser dominado, me excitaba increíblemente. El sadismo era una experiencia intensa y perturbadora.
Ella se quitó entonces el sujetador y las bragas, su cuerpo estaba sudado, se había ido excitando, y al frotar su coño sobre mis piernas enrojecidas sentí el calor de su flujo, del fluido vaginal que había estado generando mientras me pegaba.
Yo quería besarla, lamerle el coño y recorrerlo, saboreando que estuviera tan mojado, tan excitado por estar conmigo, atizándome y poniéndose cachonda con mi dolor. La intensidad de este tipo de placer sado/maso, su manera de moverse y de agitar el látigo, saber que ella se estaba poniendo cada vez más húmeda y, hacían que yo me retorciera de placer, atado a la cama y totalmente bajo su voluntad.
“Haz lo que quieras conmigo”. Sentía tanto placer, a la vez que me costaba resistirme a poder tocar el cuerpo de ella, a meterle mano por todas partes. Quería meter mi polla en sus genitales, separar esos labios mayores y menores, entrar en su vagina y follarla con fuerza, follar ese coño húmedo de forma salvaje.
Los latigazos seguían y el dolor se iba haciendo cada vez más intenso. Mi polla estaba latiendo de forma intensa, mi cuerpo sintiendo ese placer, ese dolor y esa excitación a la que sólo podía llegar cuando podía hacer realidad mis fantasías masoquistas y fetichistas.
Ella se dio cuenta de que yo estaba en el momento más intenso, soltó el látigo y me empezó a acariciar y a lamer la polla. Noté cómo estaba a punto de llegar al clímax, a punto de correrme con mi ama por esa noche.
Entonces ella se la metió en la boca y empezó a chuparme la polla. Intentando alargar el momento, alternaba llevársela hasta el fondo de su garganta, dentro y fuera, con suaves lametazos en la punta y en la base del pene.
Esto era la verdadera tortura. Más que los latigazos, era una agonía sexual. Yo necesitaba o que terminase de chupármela para correrme ya, o empotrarla y meterle la polla en la vagina una y otra vez. Necesitaba descargar la polla ya.
Entonces, sin previo aviso, se sentó sobre mi y tras acariciar la punta de mi polla suavemente con su coño, se la metió hasta dentro. No costó penetrarla, ya que estaba cachondísima y tenía el coño muy muy mojado después de tanta anticipación.
Ella se inclinó hacia delante, apoyando sus preciosas tetas sobre mi pecho, me miró fijamente a los ojos. Frotó su clítoris contra mi pelvis durante unos segundos y después levantó el torso de nuevo y comenzó a menearse como una diosa del olimpo, cabalgándome y rebotando sin parar.
Yo empecé a gemir de placer mientras disfrutaba de ver sus tetas botando mientras me follaba, viendo como mi polla entraba y salía de ella. Su belleza me ponía tanto que sabía que en pocos segundos llegaría al clímax y tendría un orgasmo de esos épicos, intenso y duradero. Ella se volvió a inclinar hacia delante para llegar al orgasmo a la vez que yo, y mientras se frotaba, noté esa descarga de placer salir de mi. Nos corrimos los dos a la vez, y gemíamos cada vez más fuerte, mientras nos mirábamos a los ojos con pasión.
Una vez recuperamos el aliento, ella me liberó de mis ataduras.
“Ya has cumplido tu misión. Te he usado para darme placer y tu trabajo ha finalizado.”